OTROS GOYAS FUERON POSIBLES
No teman los ya premiados. No se ensalcen los olvidados. No es mi propósito en estas líneas enjuiciar ni uno solo de los premios que los Sres. Académicos hayan tenido a bien otorgar en los recientes premios Goya. Mis intenciones son mucho menos serias y mucho más jocosas, como debería corresponder, siempre, a eventos festivos.
Todos sabemos que la historia de los premios Goya es una historia breve y que de haber existido en tiempos de, digamos, José Isbert, éste habría cosechado unos cuantos. ¿Se imaginan su discurso de agradecimiento al recoger su quinto Goya al Mejor Actor por El cochecito?. Quizás hasta habría disertado acerca del “Rey Fabila que no murió a manos de un vulgar oso”. ¿Y cuántos Goyas habría obtenido Mortadelo y Filemón de haber terciado Segundo de Chomón en la pugna por los efectos especiales? ¿Se habría inventado un Goya para premiar el cine experimental de José Val del Omar?...
Las preguntas de esta índole podrían ser cientas. Y ésta es la propuesta aunque con una pequeña variación. Unamos nuestros Goyas del presente con nuestra historia cinematográfica del pasado e inventemos, casi siempre en tono hilarante, nuevas categorías para premiar aspectos parciales de una película, bien sea una frase, un plano o una intención. Por ejemplo, y en consonancia con la gran triunfadora de esta edición Te doy mis ojos de Icíar Bollaín, no estaría de más recordar algunas de las tristes frases que jalonan nuestra historia del cine y a las que otorgo, en su conjunto, el Goya a la “Misoginia desatada”. En Club de solteros (Pedro Mario Herrero, 1967) nos encontramos con un supuesto proverbio árabe, que más que un premio merecería una querella criminal: “A tu mujer debes pegarla todas las mañanas, si tú no sabes por qué, no te preocupes, ella sí lo sabe”. En La Dolores (Florián Rey, 1939) se afirma: “Sólo existen dos tipos de mujeres, las malas y las peores”. Lo triste de estas ¿bromas? es que muchos (y no es mí intención sermonear a nadie) muchos, al leerlas ahora, habrán esbozado una leve sonrisa.
Cambiemos de tercio, e inventemos otro nuevo Goya al que llamaré “Patria o Muerte” (obsérvese las ironías). En este caso, y con algunas dudas, podríamos concedérselo a Raza (José Luis Sáenz de Heredia, 1941), dudas razonables a tenor de los firmes candidatos que pugnaban en esta categoría: ¡Harka! (Carlos Arévalo, 1941), Paz (José Díaz Morales, 1949), Morir en España (Mariano Ozores, 1965) o Franco; ese hombre (José Luis Sáenz de Heredia, 1964). A este último título le podemos otorgar un letífico accésit para premiar un chiste de la época que aseguraba que había que ir a verla a Biarritz "porque allí Franco salía desnudo".
Continuemos con la broma, aunque en este caso, también de mal gusto. Tras la guerra civil, el primer rodaje de CIFESA, correspondió a la “astracanada” Los cuatro Robinsones (Eduardo García Maroto, 1939) a la que vamos a conceder el Goya “Milicia contra la malicia” (frase de Gracián que Borges gustaba recordar). En su primera secuencia, asistimos a la conversación de tres juerguistas de “moralidad intachable”, uno de ellos afirma: "podemos estar orgullosos de haber ganado para España una guerra tan formidable" y otro le responde: "formidable es poco, no hay adjetivo". Y esto al minuto de metraje y mientras las depuraciones y los fusilamientos eran el pan negro de cada día. Una posguerra de silencio y miseria donde algunos cineastas como Juan de Orduña, Goya a la “Empatía”, eran proclives a mostrar en sus películas suntuosos decorados de lujo, abrigos de pieles, joyas y bailes de salón, de cuyos techos colgaban enormes lámparas de araña, ¡imagínense las caras de los desclasados con sus cartillas de racionamiento a cuestas!. Títulos como Rosas de otoño (1943), La vida empieza a medianoche (1943), Tuvo la culpa Adán (1944), Ella, él y sus millones (1944) y un largo etcétera, eran ejemplos de un cine apegado a la irrealidad.
Otro premio más. El Goya “New York, New York” es concedido a La otra vida del Capitán Contreras (Rafael Gil, 1955) donde asistimos a un enfática loa a la ciudad de los rascacielos y al “estilo de vida americano” cuando se afirma: “Este es el país que de una vulgar tisana ha hecho la Coca-Cola”, estableciendo a continuación una curiosa y atrevida simbiosis entre la bebida y la democracia, olvidando que en otra película del mismo año, Suspenso en comunismo (Eduardo Manzanos), se afirmaba que la Coca-Cola, junto al submarino y el suero antidiftérico, eran todos inventos del “gran Lenin”. En la comedia de Manzanos nos encontramos con un diálogo que, oído hoy, hiela la sangre y al que podíamos denominar como Goya “Nostradamus”. En la escuela de comunismo los alumnos y futuros terroristas (Alfredo Mayo y Juanjo Menéndez) están realizando un examen y uno pregunta: “¿Cuántas bombas hacen falta para volar Nueva York?”, respuesta “Una, pero en todo lo alto”. Triste presagio.
La entrega del siguiente Goya es un auténtico placer del que deberían tomar buena nota nuestros políticos actuales de cara a las próximas elecciones. El Goya a la “Mejor conciencia social” es concedido, por unanimidad, al personaje del Marqués de Abantos, interpretado por Jorge Rigaud en Mi calle (Edgar Neville, 1960) que proponía, ¡en 1906!, la reducción de la jornada laboral de ocho a cuatro horas (del sueldo no se decía nada) siempre y cuando las otras cuatro horas las dedicara el obrero a aprender equitación. Sin duda, un logro social por el que habría que luchar en este nuevo siglo.
Y por último, y confiando en haberles hecho pasar, al menos, un rato agradable con este divertimento, podríamos entregar y entregamos, el Goya “Cachondeo de Honor” a Luis García Berlanga y a su ciudad de Berlinga (argumento de Tierra de nadie de 1959). Una ciudad situada, de forma alternativa, “entre el País de la Derecha y el de la Izquierda”, donde el enfrentamiento perenne entre ambos bandos, les ha llevado a firmar un falso tratado de paz, en el que la ciudad queda dividida por una raya blanca, de forma tal que “en la escuela, quedan a la derecha los bancos de los niños tontos”, afortunadamente el prostíbulo “queda dividido en dos con habitaciones a ambos lados”. ¡Bienvenidos a Berlinga!.