LAS GRANDES PELÍCULAS Y SUS PEQUEÑAS HISTORIAS

CASABLANCA (Michael Curtiz, 1942)

Un amor consumado pero no consumido (José Luis Garci, “Casablanca revisitada”, 1992)

(Texto revisado el 19 de mayo de 2020)

Por Ernesto J. Pastor

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    ¿Qué puede decirse de Casablanca que no se haya dicho ya? Todos sabemos que su filmación fue caótica, que el guión se iba escribiendo casi al unísono con el rodaje, que Ronald Reagan y Ann Sheridan eran los actores inicialmente previstos, que la química entre Bogey y Bergman sólo funcionó en la pantalla y cientos de hechos y de frases repetidas una y mil veces que forman parte de la jerga popular y de nuestra común memoria cinematográfica. En las próximas líneas trataremos de obviar las historias que sobre Casablanca se han repetido miles de veces y expondremos algunos aspectos menos conocidos, datos nunca publicados y anécdotas poco o nada divulgadas. En definitiva, pequeñas historias que añadir a la gran Historia de esta leyenda del cine. ¿Sabían que en uno de los cientos de ensayos y sesudos estudios que se han escrito sobre Casablanca se llega a afirmar que la relación entre Rick, el capitán francés y el pianista es un caso claro de homosexualidad latente?

    En Junio de 1998 el American Film Institute (AFI) confeccionó una lista con las cien mejores películas estadounidenses de la historia del cine. Cien títulos que harían las delicias de cualquier cinéfilo compulsivo, cien obras maestras encabezadas por la siempre imbatible Ciudadano Kane (Orson Welles, 1941) y seguida por Casablanca (Michael Curtiz, 1942). Cuatro años más tarde, en junio del 2002, la misma AFI proclamaba a Casablanca como la mejor película de amor de todos los tiempos. Sin duda alguna aquellos años cuarenta fueron una época de increíbles obras en lo que respecta al cine estadounidense. Una auténtica edad de oro con títulos como el ya citado Ciudadano Kane, El halcón maltés, ¡Qué verde era mi valle!, Juan Nadie, Sospecha, Las tres noches de Eva, Bola de fuego, Murieron con las botas puestas, La loba, El embrujo de Shanghai... Diez títulos realizados todos ellos en el mismo año de 1941, por los que cualquier cinematografía daría cincuenta años de su historia y que nos dan idea de la capacidad cualitativa del Hollywood de entonces.

    La Warner Bros, célebre por sus películas de gángsters, ponía en marcha en diciembre de 1941 el engranaje de estudio para sacar adelante el proyecto de Casablanca, justo en el mismo momento en que Michael Curtiz empezaba a dirigir Yanqui Dandy (exactamente el rodaje empezó el 8 de diciembre, un día después del ataque japonés a Pearl Harbor). Inicialmente Hal B. Wallis, mano derecha de Jack L. Warner y encargado de la producción, pensó en George Raft para el papel de Rick y en William Wyler como director, pero ambos rechazaron. Curiosamente Raft fue, indirectamente, el principal mentor de Bogart al rechazar también los papeles en El último refugio (Raft era muy supersticioso y no quería morir en el desenlace) y en El halcón maltés (Raft no quería trabajar con el director novato John Huston). Ambos papeles lanzarían a Bogart al estrellato. También otros directores como Vincent Sherman y William Keighley rehusaron Casablanca antes de que el proyecto llegara a las manos de Michael Curtiz. Respecto a la posibilidad de que Ronald Reagan hubiese interpretado a Rick, no debemos olvidar que en aquellos años Ronnie era un profesional eficaz que llevaba haciendo cine desde 1937, un actor que ya había participado en más de treinta películas, aunque ciertamente sus dotes interpretativas no eran sobresalientes (ni siquiera notables). Precisamente en 1942 y junto a Ann Sheridan interpretaba el interesante dramón Abismo de pasión (King´s row, Sam Wood). El rodaje de esta película apartó, afortunadamente, a la pareja del proyecto de Casablanca. El gran Guillermo Cabrera Infante (Caín), hacía uso de sus habituales y siempre inteligentes juegos de palabras para bromear con el hecho de que Ronald Reagan, aunque no había hecho Casablanca, se consolaría mucho más tarde con la Casa Blanca.

    Los estudios Warner eran conocidos como los estudios de San Quintín dado el férreo control que sobre las producciones establecía Jack L. Warner, más conocido con los alias de "patrón, "JL", "Jefe" o "Coronel". A JL le encantaba hacerse el gracioso contando chistes malos y en una ocasión, visitando Albert Einstein el Estudio, le contó que él también tenía una teoría sobre los parientes relativos: no los contrates nunca. Cuando el húngaro Michael Curtiz (Mihály Kertész) dirigió Casablanca (producción numero 410 de la Warner) ya llevaba rodadas 132 películas desde que en 1912 empezó su carrera cinematográfica en Hungría, carrera que continuó en Austria y a partir de 1926 en los Estados Unidos. No era por tanto ningún inmigrante recién llegado y neófito en cuestiones cinematográficas. Al igual que Fritz Lang, Ernst Lubitsch o Josef Von Sternberg (cuya estética está muy presente en Casablanca), Curtiz era un director de enorme experiencia, quizás no un genio, pero sí un gran artesano con muchos momentos geniales. Curtiz dirigió para la Warner un total de 85 títulos y Casablanca sólo era la número 63; un prolífico y eficaz director al que muchos procesaban un “especial cariño” (Bette Davis se dirigía a él como el tirano Michael Curtiz). De él se decía en una revista española de 1947 que era una mina dados los enormes beneficios que proporcionaba, y sin tener ningún fracaso o limón. El presupuesto de 878.000 $ con el que partía Curtiz para Casablanca era una cantidad casi de serie B, ridícula si por ejemplo la comparamos con los 25 millones de $ que costó poco después la película de Ambiciosa (Otto Preminger, 1947) y exagerada si la comparamos con los 134.000 $ que costó La mujer pantera (Jacques Tourneur, 1943), lo que confirma que el talento no ha sido ni será nunca cuestión de dinero.

    David O. Selznick, el mandamás de la Metro, cedió a Ingrid Bergman para la Warner y a cambio la Warner le cedía a Olivia de Havilland con la que ya había rodado Lo que el viento se llevó. Eran cambalaches propios de la época cuando las estrellas se veían obligadas a firmar contratos en exclusividad con los grandes Estudios. En aquellos años existía en Estados Unidos cierta predilección por las artistas suecas, la más famosa, Greta Garbo, llevaba retirada del cine desde 1941, justo cuando Ingrid Bergman, que había llegado a Hollywood en mayo de 1939, empezaba a destacar y era presentada como la segunda Greta Garbo, luego llegarían Greer Garson, Signe Hasso, Viveca Lindfors, a la que también, en un alarde de supina originalidad los publicitas estadounidenses llamaron la segunda Greta Garbo. Casablanca, que era su sexta película en Hollywood, supuso para Ingrid su consagración definitiva. En años posteriores era tal la presencia de Ingrid Bergman en las producciones de los años cuarenta que circulaba un chiste:

¿Sabes? ¡He conseguido ver una película sin Ingrid Bergman!

    El neoyorquino Bogart también fue objeto de las bromas tontas de JL cuando éste le dijo que nada puede ocurrirle ya a tu cara que la estropee más de lo que está. Es sabido que Bogart sufrió un percance, durante su paso por la Marina, que provocó el corte de un nervio del labio superior y le dio ese rictus tan particular, esa sonrisa tan característica. La voz nasal de Bogart, unida a esa dualidad de duro por fuera y blando por dentro, hacían buena aquella frase de Joseph Conrad en Lord Jim cuando nos aseguraba que quizás los cobardes y los héroes eran gente normal que hacían algo anormal durante un breve segundo. Antes de rodar Casablanca, Bogart había vuelto a rodar con John Huston A través del Pacífico (codirigida con Vincent Sherman y también conocida como Panamá) donde su personaje, un expulsado del ejército que acaba convirtiéndose en héroe, se llamaba Rick. La coincidencia del nombre quizá no sea baladí si tenemos en cuenta que siempre hemos ignorado a que se dedicaba Rick en Estados Unidos antes de llegar a Casablanca.

    El austriaco Paul Henreid, que interpreta al checo líder de la resistencia Victor Laszlo, se había hecho famoso en Estados Unidos gracias a un pequeño gesto, lleno de sensual intencionalidad, que repetía en cuatro ocasiones en La extraña pasajera (Irving Rapper, 1942), rodada junto a Bette Davis poco antes de Casablanca. Algo tan aparentemente nimio como encender al mismo tiempo dos cigarrillos se puso muy de moda en los Estados Unidos. La extraña pasajera era otra historia de amor imposible, donde frases como No pidamos la luna, tenemos las estrellas parecían haber salido de los labios de Rick. No en vano, tanto Casablanca como La extraña pasajera eran producciones de la Warner, con Casey Robinson como guionista, y en ambas el sacrificio y la renuncia al amor verdadero (condición sine qua non del romanticismo) eran el leitmotiv del argumento. El oriundo Sydney Greenstreet (del que se decía que había atropellado a un caballo), así como Peter Lorre, Claude Rains, Conrad Veidt y muchos otros completaban un reparto increíble. Por cierto que el nombre de Ferrari (Sydney Greenstreet), así como el del prefecto de policía Louis Renault (Claude Rains) eran consecuencia de la gran devoción que los gemelos, frívolos y neoyorquinos hermanos Epstein sentían por los coches.

    El rodaje de Casablanca duró 59 días y se aprovecharon viejos decorados de otro film. Dirigida por un húngaro, interpretada por una sueca, con un plantel de secundarios alemanes, austriacos y británicos, y con la Marsellesa francesa sonando en varias secuencias, es decir, un claro ejemplo de puro cine americano, llegaba a las carteleras de Nueva York en noviembre de 1942. A España no llegaría hasta el 19 de diciembre de 1946 cuando se estrenó en Madrid. Analizando los estrenos de las carteleras españolas de aquellos años resulta inaudito comprobar como, en el corto espacio de tiempo de cuatro meses que abarca desde diciembre de 1946 hasta marzo de 1947, llegaban a las carteleras varios títulos dirigidos por Curtiz. Mike, como se le llamaba en los rodajes, era ya un viejo conocido del público español pues a principios de 1930 había estrenado El arca de Noé (1928) cuya secuencia del diluvio fue considerada durante mucho tiempo como un hito de los efectos especiales. Tres magníficos títulos dirigidos por Curtiz como Casablanca (producida en 1942), La carga de la brigada ligera (producida en 1936) y Oro, amor y sangre (producida en 1940) se estrenaban de seguido. Es lógico pensar que el parón, primero de nuestra incivil guerra, y segundo, de la guerra mundial, dificultó la llegada en su momento de estas producciones a las pantallas nacionales. Ante tal avalancha de grandes títulos era lógico que nadie en aquellos momentos, y a pesar de las buenas críticas que recibió, supiera prever la mitificación posterior que alcanzaría. Es cierto que Casablanca se anunciaba con los tres Oscars que había obtenido en marzo de 1944 (director, película y guión) pero en aquel entonces sólo era una película más en medio de cientos de producciones maravillosas (la mayoría estadounidenses) que se estrenaban lunes tras lunes: Forajidos (Robert Siodmak), Beau Geste (William A. Wellman), El castillo de Dragonwyck (Joseph L. Mankiewicz), Perversidad (Fritz Lang)...., y así durante toda la década de los cuarenta, lo que sin duda ayudaba a digerir el pan negro de nuestra posguerra.

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