“La paella con ketchup no funciona”

 

Héctor Eduardo Babenco, director “brasileño” (aunque nacido en Buenos Aires en 1946) miembro y portavoz del Jurado en la Sección Oficial del pasado Festival de San Sebastián. En la sección de Zabaltegi presentó, tras su pase a concurso por Cannes, su octava y última película, Carandiru, nombre del que fue el mayor presidio de América Latina, con más de 7.800 presos y en donde en octubre de 1992 una revuelta acabó con la infame masacre “a sangre fría y en 35 minutos de 111 de aquellos prisioneros sin nombre”. El compromiso social de este director sigue brotando de su inteligencia y de su dolorosa sensibilidad.

“Esta película es ante todo una denuncia sobre la dramática realidad social de nuestros días...”. Así empezaba Vidas secas (Nelson Pereira Dos Santos, 1963) una de las películas emblemáticas del cine brasileño y del llamado “Cinema Nôvo”, un encabezamiento que sin duda suscribiría Babenco para cualquiera de sus realizaciones, si bien matiza que en Carandiru   “no le interesa hacer una película de denuncia, sí hay denuncia, ya está implícita en el paquete de la historia”. Cuando empezó a hacer cine en Brasil a principios de los setenta, el “Cinema Nôvo” languidecía y giraba, siempre con excepciones, de un entorno rural de miseria a un entorno urbano de más miseria; de aquellos hambrientos campesinos de Vidas secas (ambientada en 1940), se pasaba a la desolación de los niños en Pixote, la ley del más débil (1980) hasta llegar a la carne de yugo y presidio de la cárcel de Carandiru. Es como una cinta de Moebius donde el tiempo no existe y todo es un presente perpetuo. La marginalidad de los indios niaruna del Amazonas donde su “pacificación” es sinónimo de exterminación, la depresión americana de los años treinta y su devastación en la clase obrera, los represaliados políticos, la corrupción policial y los escuadrones de la muerte, ... éstos son algunos de los temas que Babenco recoge en su cine y que como él afirma “quiere entretener, pero con la ética y los valores del respeto y la solidaridad”, afirmación complementaria de aquélla que hizo Glauber Rocha cuando escribía a principios de los setenta: “nuestra originalidad (la del cine Latinoamericano) es nuestra hambre, nuestra miseria, sentida, pero no comprendida”.

Los comienzos de Babenco en la vida y en el cine fueron ciertamente curiosos: de vendedor de nichos en Sao Paulo a figurante en Campanadas a medianoche (Orson Welles, 1965) pasando incluso, en tiempos del franquismo, por la cárcel de Carabanchel. Tras dirigir algunos documentales y nacionalizarse brasileño en 1970 consigue rodar en 1976 su opera prima El rey de la noche. Desde entonces su carrera se ha desarrollado casi en su totalidad en Brasil y en los Estados Unidos, haciendo de Jack Nicholson un vagabundo, de William Hurt un homosexual y de Fernando Ramos da Silva un “pixote” de once años que logró superar la ficción al morir “baleado” por la policía de Sao Paulo a la “tardía” edad de diecinueve años, algo que Babenco recuerda con especial dolor. Su cine está repleto de imágenes que permanecen en la retina y que se incrustan en el corazón: el vagabundo que duerme en la calle al lado de un escaparate donde se ve una magnífica cama (Tallo de hierro), el niño que se amamanta del seno putativo y vacuo de una prostituta (Pixote), la muerte de Ezequiel que hace surf entre las cuatro paredes de su celda (Carandiru)... siendo éste un personaje real que dejó atónito al realizador: “yo no me lo creía cuando le vi con su tabla de surf por toda la cárcel”.

Siendo un cineasta conocedor de la industria norteamericana ¿qué soluciones ve para salvaguardar la cinematografía brasileña y por ende, la española o europea, del rodillo estadounidense?: “Decirle a nuestros gobernantes que no sean tan cabrones si quieren preservar la cultura, la CULTURA con mayúscula, no la cultura con minúscula de las hamburguesas,... solamente nos salvaremos aquellos que tengamos, lo que es nuestro, valorizado”. Como ejemplo, Carandiru, coproducida al 50% con la Columbia y preseleccionada por Brasil para los Oscars, y que ha batido el récord de espectadores de una película carioca con cinco millones de “billetería”, superando este año a cualquier producción extranjera: “ha sido muy lindo ver cómo la Columbia estaba orgullosa de mostrar a sus patrones americanos que el haber invertido en una película local estaba funcionando tanto como Matrix o Spiderman” y apostillaba con un dicho japonés: “sabio no es el que trae la solución, sino el que encuentra el problema”, ¿y si el problema es precisamente que el enemigo en casa rige nuestro mercado y orienta nuestra producción?: “si el enemigo dentro de casa nos está ayudando a comer bien ¡bienvenido! claro que hay que establecer reglas de relación correctas y buenas para ambas partes,  hay que ser inteligentes, las actitudes utópicas, revolucionarias de los años sesenta, no nos han llevado a nada, nos han dejado sin trabajar”. ¿Y el rodar en inglés para competir en su propio mercado?: “eso es una perdición, y lo sé por experiencia, es un problema de almas, de respeto de lenguas, de cultura, de historia... la paella con ketchup no funciona”.