Jaume Balagueró

El lado oscuro

Ernesto J. Pastor

Jaume Balagueró (Lleida, 1968)

Cuando era niño temía a la oscuridad más que a nada. Con este arranque literario tipo Manderley, podría iniciarse cualquier relato sobre la obra o la vida de Jaume Balagueró. En los últimos años, ha surgido en el cine español un pequeño grupo de cineastas admiradores del género fantástico y alisargados con el cine de terror estadounidense (saga Viernes 13, saga Halloween, saga Freddy Kruger...). Cineastas como Álex de la Iglesia, Santiago Segura en su etapa de cortos, Paco Plaza, y por supuesto Balagueró, son los herederos de cineastas más curtidos como Narciso Ibáñez Serrador, Paul Naschy o Jesús Franco.

Balagueró nace en Lleida aunque pronto se traslada con su familia a Barcelona. De su infancia recuerda los dibujitos que hacía en papel de seda y que luego encajaba en los marcos de las diapositivas, algo no muy alejado de los cristales que se utilizaban en las linternas mágicas del siglo XIX. En su adolescencia asiste a los maratones de cine de terror que se organizaban en un cine de Vendrell, donde a los catorce años descubre a George A. Romero (La noche de los muertos vivientes, 1968), William Lustig (Maniac, 1980) o Lucio Fulci (Zombie 2, 1979). Asegura que decidió hacerse director cuando vio Cría cuervos (Carlos Saura, 1976), una película que le fascinó aunque no sabe por qué, aparentemente nada que ver con lo que declaró en una entrevista de enero de 2000 cuando se refería a Cronenberg, David Lynch, Wim Wenders, Kielowski,... como los directores de cine que más le habían influido, y que son, sin duda, referentes más acordes.

En 1991, se licencia en Ciencias de la Comunicación y cursa estudios de fotografía y de dirección cinematográfica con Héctor Faver. Ejerce la crítica y el periodismo en Radio Hospitalet, con su programa La espuma de los días y se inicia en el terreno de la imagen con el rodaje de dos vídeos: El niño bubónico (1991) y La invención de la leche (1993). En 1993 crea en Barcelona la revista Zineshock dedicada al mundo del cine fantástico y la cultura alternativa.

En 1994 rueda su primer cortometraje, Alicia, una desasosegante historia de ambiente enfermizo, macabro, rodada en blanco y negro, y que gira en torno, según su director y guionista, a dos traumas femeninos: la menstruación y el parasitismo terrible que implica el amamantamiento de los bebes. Balagueró nos muestra a una joven de aspecto blanquecino, angelical, que tiene su primera menstruación. Sentada en un sillón, su sangre empieza a brotar goteando sobre un libro que está en el suelo y del que podemos leer su título: El drama de Jesús. La sangre mancha el rostro de Jesús en una comunión explícita del sacrificio, del dolor, del calvario por venir. De la oscuridad surgen dos hombres vestidos con caretas antigás y trajes de submarinista, que se asemejan más a enormes moscas. Su estado es de una gran excitación, manosean a la joven, la huelen, comprueban el rastro de la menstruación que inconfundiblemente se asocia a la fertilidad de la mujer y le inyectan una jeringuilla en el cuello que más bien parece la violación-profanación de un cuerpo puro. Los hombres conducen a la chica a través de largos pasillos oscuros hasta llegar a una estancia donde una mujer obesa de enormes pechos la espera sentada en un gran sillón con una especie de escafandra de buzo en la cabeza. La figura de esta mujer remite a la conocida imagen prehistórica de la Venus de Willendorf, y más cercanamente, a las voluminosas mujeres de Botero. La joven es colocada en su regazo y tras realizarle un agujero con un taladro en el cuello (así, como suena) puesta a amamantar de uno de los enormes pechos del que pronto empieza a brotar sangre. Sin duda imágenes próximas al gore que Luis Buñuel y Salvador Dalí hubieran añadido gustosos a su perro andaluz. Tenemos así un corto sin diálogos, repleto de efectos sonoros y cuya escenografía recuerda mucho a la mítica Cabeza borradora (David Lynch, 1976). Balagueró siempre ha mantenido la certeza de que la atracción por el horror es sana, natural y que forma parte de la condición humana. En Alicia es fácilmente perceptible uno de los rasgos más característicos en los posteriores largometrajes de Balagueró y es la presencia de la oscuridad como un personaje más del relato. Un personaje amenazador, que se alimenta y crece con nuestro miedo, donde la ausencia de luz es sinónimo de presencia del mal. Alicia se presentó en el Festival de Sitges de 1994 donde logró el premio al mejor cortometraje, suscitando elogiosos comentarios respecto a los efectos especiales empleados.

Un año después rueda el cortometraje Días sin luz, donde nos narra la terrorífica infancia de un niño abandonado por su madre. Balagueró reconoce que tiene una concepción del mundo un tanto pesimista, y de esa idea, de esa inquietud, nació este cortometraje. La confirmación de que existen personas abandonadas, condenadas a sufrir las vidas que les toca y sin ninguna esperanza para que alguien las salve. En este caso recurre a un enfermizo tono amarillento, oxidado, algo que le sugería la idea de radiactividad, de enfermedad y que transmite con acierto la sensación de putrefacción. Días sin luz es la historia de un niño que nace una noche con la peor tormenta del siglo, la más negra, sin duda un mal presagio. El niño crece solo y aislado de todo, su madre se encerró un día en el sótano y no volvió a salir. Luego perdió a su padre en la guerra química, se lo comieron las bacterias, nos llega a decir. El niño viaja para vivir con otros padres que no le quieren. En esta secuencia Balagueró logra uno de los momentos mágicos de esta historia, al recorrer en un doble travelling lateral (de izquierda a derecha y luego de derecha a izquierda) el supuesto andén de la estación, la música que acompaña la secuencia, la ralentización de la imagen, y sobre todo, la galería de personajes que transitan delante de la cámara, configuran un extraño universo que nos remite a la escenografía de Europa (Lars Von Trier, 1990). Por vez primera emplea lo que posteriormente y en tono sarcástico se conocerá como efecto Balagueró, rápidos planos, muy breves, con efectos de sonidos muy cortos, donde apenas se ve nada pero todo se imagina. Los nuevos padres se dedican a lindezas tales como el sadomasoquismo; un día a ella se le fue la mano con el látigo en su extremo y el hombre desaparece. El niño será su recambio. Triste destino a quién ya nació en mal augurio. En el último plano Balagueró nos muestra una imagen, que de nuevo remite al más salvaje Dalí: una mano sale de una vagina sangrienta para invitarnos a regresar al útero materno.

Con estas dos muestras quedaba claro que Balagueró estaba capacitado para saltar al largo, y sorprendernos con su magnífica ópera prima Los sin nombre (1999), con la que obtiene el Méliès de Oro otorgado por los cinco festivales de cine fantástico de Europa. Luego llegaría Darkness (2002) su segunda película, mucho más convencional, pero con la que registra un gran éxito de taquilla en Estados Unidos donde se estrena en diciembre de 2004. Recientemente ha presentado en Venecia, aunque de fuera de concurso, su tercer largometraje Frágiles, donde de nuevo recurre a una historia de terror, ambientada esta vez en un viejo hospital.

En la actualidad acaba de finalizar el rodaje de la tv-movie Para entrar a vivir, la sexta y última entrega de un ciclo de telefilms de una hora de duración, que coordina, bajo el título genérico de Películas para no dormir, Narciso Ibáñez Serrador para Tele 5 y Filmax. Ya en el 2003 se hablaba de esta especie de continuación de las Historias para no dormir que el propio Ibáñez Serrador popularizó en la España televisiva de la segunda mitad de los años sesenta y que finalmente se emitirá en el 2006. Una serie de la que esperamos no añorar en demasía a su insigne precedente.

FILMOGRAFÍA: 1991: El niño bubónico, vídeo; 1993: La invención de la leche, vídeo; 1994: Alicia, cm; 1995: Días sin luz, cm; 2005: Para entrar a vivir, tv.