UN TIEMPO BRUNO Y UMBRÍO

(El Exilio y el Cine Español)

    Siempre he llorado al ver esas conocidas imágenes de los exiliados republicanos en la frontera francesa huyendo de aquella España noble y desdichada como escribió Henri Lèvy-Bruhl; imágenes en blanco y negro de viejos ojos enrojecidos por el llanto, por el dolor, por el cansancio, de hombres como castillos desenterrados y derruidos, llorando como críos, de madres con sus hijos separadas del marido, del hermano, del amor,... ¿y los niños? miles de veces repetiría esta pregunta, infancias traicionadas, perdidas para siempre, inocencias pisoteadas por nuestra atrocidad.

    Los desastres de aquella incivil guerra, en la que todos perdieron, no finalizaron aquel 1 de abril de 1939. Es posible que así fuera para los cruzados de la mano extendida, pero para otros muchos, especialmente los rogelios del puño en alto, quizá, aquella fratricida guerra no finalizó hasta el 15 de junio de 1977 con las primeras elecciones democráticas. Del mismo modo sería lícito preguntarse ¿y cuándo empezó? y la respuesta tampoco es sencilla: ¿en la intentona golpista de Ramón Franco de 1930?, ¿en la Sanjurgada de 1932?, o quizás ¿en las revueltas mineras asturianas de 1934?. ¿Y por qué hablamos siempre de la guerra civil cómo si ésta fuese única?, ¿y las guerras carlistas del XIX, acaso no fueron también guerras civiles?. No es cierto que la guerra terminó en 1966 como sutilmente afirmaba Jorge Semprún en su guión llevado al cine aquel año por Alain Resnais y que obedecía más bien a su particular ajuste de cuentas con el partido comunista del que había sido expulsado dos años antes. La moraleja que se desprende de esta disertación temporal es muy simple: resulta siempre difícil acotar la barbarie.

    Algunos no se marcharon en aquellos barcos de nombres hoy olvidados (Stanbrook, Sinaia, Winnipeg,... ) y sufrieron durante décadas el llamado exilio interior, luchando contra molinos y comulgando a veces con sus ruedas o sencillamente siendo condenados al ostracismo, a la humillación. Antonio del Amo, que había rodado durante la guerra documentales para el bando republicano, no pudo volver a dirigir hasta 1947 con Cuatro mujeres, triunfando más tarde con las películas de Joselito. Fernando Roldán, director de carrera consolidada antes de la contienda, había rodado en 1931 Fermín Galán considerada por muchos como la película de la República, donde plasmaba la sublevación en Jaca, a finales de 1930, del capitán Fermín Galán que intentaba proclamar la República. Durante la guerra Roldán realizaría varios documentales propagandísticos de enfáticos títulos, como Así venceremos o Madrid, sufrido y heroico. Tras la guerra no pudo volver a rodar y fue relegado a funciones asistenciales. No es extraño que Francisco Regueiro en su película Duerme, duerme, mi amor (1975) ironizara a este respecto con el viejo republicano que decide pasarse toda la dictadura metido en la cama, hasta que la República retornase o escondidos en sótanos como en Mambrú se fué a la guerra (1985) de Fernando Fernán-Gómez.

    Al hablar del exilio interior siempre he pensado en aquel plano final de Calle Mayor de Bardem, cuando el personaje de Isabel (Betsy Blair) mira hacia un exterior hostil, lluvioso, encerrada en una sociedad provinciana de la que no puede huir, o no sabe, o no la dejan,... estoy convencido que así debieron sentirse muchas veces todos aquellos que vieron sus proyectos prohibidos, sus guiones censurados y sus obras manipuladas hasta lo irreconocible. Sin embargo, no debemos caer en la equivocación de pensar que el exilio interior sólo existió bajo la dictadura franquista o sólo en España. Buñuel, el Gran Provocador, ya supo de él con sus primeros trabajos cinematográficos, La edad de oro (1930) fue prohibida en Francia durante cincuenta años, al igual que Las Hurdes/Tierra sin pan (1933) sería prohibida en España por el gobierno de la II República, si bien, es preciso aclarar, que en aquel momento gobernaba la coalición conservadora dentro del llamado bienio negro republicano. El poder, cuál guardían entre el centeno, siempre se ha atribuído la potestad de velar por nuestra salud, al menos en cuanto a moralidad se refiere, alejándonos del pecado y del error. El cine, tan proclive a incitar revoluciones, siempre estuvo en su punto de mira; ¿ejemplos?: miles en todas las épocas y en todas las artes, desde Venganza isleña (1924) de Manuel Noriega prohibida y remontada años después por Florián Rey dado su incestuoso tema, hasta El crimen de Cuenca (1979) de Pilar Miró secuestrada judicialmente en tiempos ya democráticos, pasando por La huida de Berlanga y Bardem que se quedó, trístemente, en simple guión.

    El cine de los maquis podría incluirse entre aquellos que continuaron la lucha desde dentro, condenados al exilio interior sin resignarse, no ya a la derrota irrefutable, sino a la doma de sus creencias. Más allá de postulados políticos, los maquis aparecerán, durante los años de la dictadura, en muy pocos títulos y siempre tratados como simples delincuentes, así se muestran, por ejemplo, en Torrepartida (1955) de Pedro Lazaga. Episodios como la toma del Valle de Arán por parte de doce mil guerrilleros republicanos en octubre de 1944 o las guerrillas urbanas que hostigaban a las fuerzas franquistas en la segunda mitad de los años cuarenta, están todavía inéditos en nuestro cine.

    De este exilio interior tampoco se librarían aquellos que teóricamente estaban más próximos al régimen, como el falangista Carlos Arévalo que vió prohibida Rojo y negro (1942) que aunque llegó a estrenarse fue rápidamente retirada al considerar Franco que no se trataba de verdadera propaganda anticomunista o Gonzalo Delgrás al que prohibieron varios de sus guiones de exaltación patriótica o el extraño episodio acontecido con El crucero Baleares de Enrique del Campo (1941). Film propagandístico franquista inicialmente apoyado con entusiasmo por las autoridades, aprobado por la censura, y finalmente prohibido pocas horas antes de su estreno. Su negativo se mandó quemar aludiendo a su escasa calidad, si bien, nunca trascendieron los auténticos motivos de su prohibición. Es posible que en su comparación con otras gestas heróicas del bando franquista, ya llevadas a la pantalla con gran éxito, como Sin novedad en El Alcázar de Augusto Genina (1940) no saliese bien parada.

    Otros no tuvieron siquiera la oportunidad del exilio, Federico García Lorca, asesinado en su agitada alegría; la actriz teatral Margarita Xirgu interpretaría en el exilio, como ya hizo en España, varias de sus obras teatrales, incluyendo la adaptación cinematográfica de Bodas de sangre rodada en 1938 por Edmundo Guibourg en Argentina. Miguel Hernández que murió en 1942 tras vagar durante años por las cárceles franquistas, arrebatándonos para siempre su poesía no creada, dejándonos en un tiempo bruno y umbrío como él escribió, o como Marlene Grey, actriz que fue fusilada en 1936 por haber participado en el rodaje de Carne de fieras (1936) del anarquista Armand Guerra, un folletín libertario que no llegó a terminarse al abandonar su director el montaje y marchar al frente a rodar documentales de propaganda (en 1992 se reconstruyó por la Filmoteca de Zaragoza). En aquella película, Marlene Grey protagonizaba uno de los primeros desnudos del cine español encerrada en una jaula con leones, de ahí tan explícito título. Si en algo se pusieron de acuerdo los dos bandos enfrentados, fue en la utilización de los fusilamientos como técnica depuratoria. Pedro Muñoz Seca, autor teatral de marcada ideología conservadora del que ya se habían adaptado al cine varias de sus obras, fue fusilado por los republicanos en 1936; acabada la guerra el primer rodaje oficial de Cifesa fue precisamente una astracanada de este autor Los cuatro Robinsones dirigida por Eduardo G. Maroto.

    Mejor suerte tuvo Rosita Díaz Gimeno, una de las actrices más famosas de la época y ligada sentimentalmente con el hijo del que sería jefe de gobierno con la República, Juan Negrín. Su desaparición, aún siendo la actriz principal, sólo se limitó a los títulos de crédito de la película El genio alegre de Fernando Delgado que se estaba rodando en Córdoba, en la zona nacional en 1936. La película se terminó en 1939 y se estrenó en diciembre de ese mismo año, eliminándose de los títulos los nombres de aquellos que estorbaban: Edmundo Barbero, Anita Sevilla y la propia Rosita Díaz Gimeno, que continuaría brevemente su carrera en su exilio de México. De similar forma se actuó con Angel Sampedro Montero conocido popularmente como Angelillo, exiliado en Argentina su nombre quedó proscrito y cuando en 1940 se estrenó La canción que tú cantabas (Miguel Mileo, 1939) se sustituyó su nombre por otro seudónimo: El Ruiseñor de Andalucía.

    Algunos regresaron incluso antes de la muerte del dictador, cambiándose, si era menester, de chaqueta (véase la prontitud en Azorín). Tratando de ser ecuánimes y aún partiendo de causas muy distintas, en este regreso deberíamos incluir acontecimientos como la vuelta de los prisioneros, la mayoría de la División Azul, que en 1954 llegaron a bordo del Semíramis (donde por cierto, aunque es menos conocido, viajaban también veintiocho republicanos) episodio que el NO-DO recogió en un reportaje de 7 minutos titulado Regreso a la Patria. Muchos de aquellos voluntarios fascistas fueron sin duda también, víctimas de un contexto social y político que les sobrepasaba. En las letras Max Aub, Antonio Machado, José Bergamín, Juan Ramón Jiménez, Rafael Alberti, Luis Cernuda que se preguntaba ¿cómo vive una rosa si la arrancas del suelo?; en la música Manuel de Falla, Pau Casals...; en la política Lluis Companys (detenido por la Gestapo en Francia y fusilado en España), Manuel Azaña que a punto estuvo de correr igual destino que Companys si la muerte no se les hubiera adelantado, filósofos como José Ortega y Gasset que pronto regresaría, científicos, pintores... una larguísima retahíla de nombres a los que habría que añadir aquellos que en los años de preguerra ya habían marchado del país y que luego no pudieron o no quisieron volver. Las giras teatrales, las tournées, que se hacían por Sudamérica o el trabajo en los estudios cinematográficos extranjeros de Hollywood, Joinville o Billancourt, permitieron que muchos estuvieran fuera del país cuando estalló el conflicto.

    Numerosos directores, guionistas, productores (o que lo serían en el futuro) tuvieron igualmente que poner óceanos por medio: Luis Buñuel, Carlos Velo, José Díaz Morales, Jaime Salvador, Luis Alcoriza, Nemesio M. Sobrevila, Eduardo Ugarte, Ricardo M. Urgoiti... la relación de nombres es tan extensa que en las próximas líneas sólo haremos breve mención a alguno de ellos.

    Luis Alcoriza se exilió con su familia de cómicos ambulantes a México donde trabajará como actor y guionista, especialmente con Luis Buñuel. Debutará en aquel país como director en 1960 con Los jóvenes; en 1967 regresará a nuestro país para rodar un fallido proyecto sobre Divinas palabras y finalmente en 1981 rodará Tac tac cuya fría acogida le obligará a volver a México.

    Carlos Velo, biólogo y documentalista, había rodado desde 1933 y junto a Fernando G. Mantilla una serie de cortometrajes que ahora son referencia obligada en la historia del cine documental español con títulos como Almadrabas (1934) o Infinitos (1935). De forma rocambolesca huyó a Francia y más tarde a México, donde continuaría su carrera como guionista y director, con obras de gran significación como Raíces (que firmaría Benito Alazraki) o Torero (1956) considerada como una de las mejores películas del mundo taurino.

    Antonio Momplet, que ya había rodado en España varias películas como director tuvo que marchar en 1937 a Argentina y más tarde a México donde rodaría numerosos títulos. La guerra interrumpió el rodaje de La Millona (1937) un auténtico dramón donde la tal Millona era una antigua prostituta redimida que sólo se acostaba con aquellos que tenían más de un millón. En 1952 volvería a España para rodar La hija del mar, otro dramón basado en la novela de Angel Guimerá, donde sorprenden ciertos toques autóctonos: se cantan canciones de marineros en catalán y se baila la sardana. En la exposición sobre el exilio recientemente celebrada en Madrid podíamos ver un cartel del valenciano y dirigente del PCE Josep Renau, exiliado en México y en la R.D.A., de la película Vértigo rodada en 1945 en México por Antonio Momplet con María Félix y Emilio Tuero.

    Cómo fácilmente se observa, México, gracias al decidido apoyo de su Presidente Lázaro Cárdenas, fue punto de destino y de encuentro de miles de españoles. Allí llegaron numerosos intelectuales que con su dedicación contribuyeron a engrandecer la cultura panhispánica (México tiene una enorme deuda con el exilio republicano español acaba de afirmar Carlos Fuentes) manteniendo vivo no sólo el espíritu de la República sino también sus instituciones, de hecho, el gobierno republicano se instaló en México en 1945 y se trasladó al año siguiente a Francia. Fueron muchos los integrantes de aquella España peregrina formada por los trasterrados, término que acuñó José Gaos en oposición a los desterrados. En su contribución al cine llegaron a realizar auténticas películas de exiliados como recuerda Román Gubern en Cine Español en el exilio (Lumen, 1976): en Argentina La dama duende (Luis Saslawsky, 1945) y en México La Barraca (Roberto Gavaldón, 1944). La presencia de españoles en estas películas era tan numerosa que incluso Jorge Negrete tuvo que intervenir para poner límites proteccionistas que frenasen su participación en las producciones mexicanas.

    El exilio de los niños ha sido recientemente recogido en dos documentales Los niños de Rusia (2001) de Jaime Camino y Niños (2002) de José-Luis Peñafuerte, este último de producción belga y ambos presentados en los últimos Festivales de Valladolid. Ya Rafael Gil en 1954 nos narraba la vuelta de uno de esos niños en Murió hace quince años donde los comunistas son muy malos (prácticamente con grandes orejas peludas y rabo) y los españoles de bien muy buenos. La película se inicia con la siguiente frase: Bilbao, 1937, cinco mil niños españoles salen de su patria camino de la U.R.S.S. Esta es la historia de uno que volvió....; claro que en este caso, Francisco Rabal vuelve convertido en un espía comunista dispuesto a matar a su propio padre, jefe de policía y por lo tanto adepto al régimen. Como es de suponer el desenlace será fiel a los postulados del nacionalcatolicismo y la película será declarada de Interés Nacional.

    Mientras, en España, se iba tejiendo la red que permitiría sustentar al régimen durante décadas: en 1953 se firmaba el Concordato con la Santa Sede, el mismo año el convenio defensivo y de ayuda económica con los Estados Unidos y en 1955 se admitía a España en la Asamblea General de Naciones Unidas. La guerra fría internacional se antojaba mal aliada para la causa republicana. En el terreno cinematográfico se celebró en junio de 1948 el Certamen Cinematográfico Hispanoamericano y se creó la U.C.H.A. (Unión Cinematográfica Hispanoamericana) con sede en Madrid y delegaciones en Argentina, Cuba y México. Esto permitió que españoles formados en México como directores se acogieran al convenio de colaboración hispano-mexicano para regresar a España. Este fue el caso de José Díaz Morales que el mismo año de 1948 volvió para rodar El capitán de Loyola, cosechando, al año siguiente, un gran éxito con La Revoltosa y realizando el mismo año un panfleto titulado Paz donde, bajo el signo de la cruz y en boca de la protagonista se llega a afirmar, sin el menor atisbo de pudor, que hay un rincón de paz, España, donde empezaremos otra vida nueva; claro que teóricamente José Díaz Morales sólo se limitaba a firmar el guión técnico. También en 1948 regresaría Francisco Elías exiliado igualmente a México en 1939, si bien hasta 1954 no rodaría en nuestro país la que sería su última película Marta. En 1953, Ernest Hemingway que había jurado no volver a España mientras hubiera un solo preso republicano incumplía su juramento y poco después, en 1957, Manuel Mur Oti se atrevía en su película La guerra empieza en Cuba a poner en boca de un joven exaltado el grito de ¡Viva la República! aunque rápidamente se retractaba matizando la Francesa, eh, la Francesa; dada la época en que se desarrolla la película del Genio Mur Oti, finales del XIX, el alocado se refería a la I República Española (1873-74) aunque el equívoco no dejaba de tener cierta malicia. Claro que un año antes incluso Rafael Gil bromeaba con la aparición de un censor en La gran mentira y Eduardo Manzanos, en 1955, ridiculizaba a los exiliados comunistas en Suspenso en comunismo afirmando incluso que hasta la Coca-Cola había sido inventada por Lenin. Los dirigentes del régimen, afianzados en sus posiciones, se mofaban a su gusto de asuntos tan graves como el exilio y la censura.

    El exilio por causas políticas coexistiría con el exilio por causas económicas, Surcos (1951) de José Antonio Nieves Conde ya reflejaba con gran crudeza el drama familiar de los movimientos migratorios del campo a la ciudad, para pasar, poco más tarde, a las emigraciones al resto de Europa como nos recordaba Jesús Fernández Santos en 1963 en Llegar a más donde un joven mecánico, harto de su vida y de su familia, sueña con emigrar para tener una vida mejor.

    En los años sesenta y en paralelo al desarrollo económico y al boom del turismo, se observan ciertos cambios: en 1963 se publica el libro Narrativa española fuera de España 1939-1961 (se eludía en su título la utilización del término exilio aunque luego en el texto se utilizaba profusamente) de José Ramón Marra-López que venía a mostrar, al secuestrado público español, obras y autores que les estaba vedados (Francisco Ayala, Rosa Chacel, Max Aub,...). Ese mismo año se inaguraba en Barcelona el museo de un rico comunista, el Museo Picasso, sin olvidarnos que también ese mismo año, era fusilado el dirigente comunista Julián Grimau. En estos años Carlos Saura y Mario Camus escribieron un guión que finalmente no se rodó, sobre la novela de Arturo Barea La raíz rota publicada en 1955 y que trataba del regreso de un exiliado socialista que horrorizado de lo que veía y sentía en España se volvía a Inglaterra (esto suscitó severas críticas acusando al autor de crear en el exilio una España inventada lejos de la real). El recurso a la figura de Lorca y sobre todo a su muerte es sintomático de los cambios, algunos engañosos, que se estaban produciendo. El personaje de Yves Montand, alter-ego de Jorge Semprún en La guerra ha terminado afirmaba estar cansado de Lorca dando a entender la necesidad de superar aquella España del 36. En 1967 Angelino Fons rodaba para televisión un documental titulado Granada centrado en la ciudad, pero utilizando los poemas de Federico García Lorca; de forma explícita se le prohibió al realizador cualquier referencia a las circunstancias de su muerte, cortando la censura a posteriori la secuencia rodada y montada sobre Mariana Pineda. Incluso, ya en 1976, Jesús García de Dueñas tuvo problemas similares al tratar de exponer el asesinato de Lorca en su serie televisiva Manuel de Falla, siete cantos de España que le valió tener que declarar ante un coronel jurídico del ejército. Curiosamente, lo que se prohibía en televisión o cine, se permitía en literatura, dos ejemplos: en 1965, Edgar Neville en su libro de poesías Amor huído escribía en su poema Llamada a los poetas: Dame tú un verso, Federico amado, hermano inolvidable de las aulas, y que fuiste vilmente asesinado; Francisco Umbral publicaba en 1968 Lorca, poeta maldito donde no tiene reparos en hablar del fusilamiento de Lorca extendiéndose incluso en supuestos detalles de su ejecución: Parece ser que les fusilaron de rodillas y por la espalda, disparándoles a la nuca.

    También Umbral hablaba hace unas semanas de la moda de la guerra civil. Es cierto que en los últimos años proliferan los libros, películas, cortometrajes y documentales que versan sobre esta época, pero no creo que sea cuestión de modas es simplemente que ahora se están exorcizando los demonios que durante décadas han lastrado al españolito de a pie. Véamos algunos ejemplos recientes. En el Festival de San Sebastián de 2002 se presentó el documental Galíndez de Ana Díez, basado en el dirigente peneuvista que tras luchar a favor de la República Española huyó a la República Dominicana, desapareciendo en 1956 en los Estados Unidos cuando actuaba como representante del Gobierno Vasco en el exilio y observador ante la O.N.U. Una enrevesada intriga en la que la CIA, el FBI, el dictador dominicano Trujillo y el Gobierno de Franco entrecruzaban intereses.

    En Historia de un beso (2001) la última película de José Luis Garci un joven escritor exiliado en Francia regresa a su localidad natal para asistir al entierro de su tío. Un planteamiento en cierto modo similar al de la oscarizada Volver a empezar (1982) donde un Premio Nobel de Literatura regresa a su Gijón natal tras cuarenta años de exilio. Esta combinación de exilio y literatura volvemos a encontrarla en Las huellas borradas (1998) de Enrique Gabriel donde su protagonista es también un escritor que ha vivido treinta años en Argentina. De 1987 es precisamente un guión de Rafael Moreno Alba titulado Exilio interior donde nos relata la vida de un escritor de éxito que tras la guerra civil tiene que subsistir escribiendo con seudónimo novelillas de serie negra y western de serie Z.

    En la Sección Tiempo de Historia del Festival de Valladolid del pasado año se presentó el documental de Chema de la Peña De Salamanca a ninguna parte con entrevistas a una generación de directores y productores que sufrieron el exilio interior, flagrante fue el caso de Basilio Martín Patino que no pudo estrenar títulos como Canciones para después de una guerra (1971), Queridísimos verdugos (Garrote vil) (1973) y Caudillo (1974) hasta la desaparición del dictador. El caso de Patino merece especial atención: tanto en su opera prima de 1965 nueve cartas a berta (en minúscula como reza en los títulos de crédito) como en su última realización Octavia el exilio exterior está muy presente en las relaciones que se entablan entre sus personajes. El padre de Berta es un profesor exiliado, y también lo es su hija que se presupone nacida fuera, estando ambos personajes ausentes físicamente (no se les ve en ningún momento) pero muy presentes espiritualmente en toda la narración (algo así como la Rebeca de Hitchcock). Incluso se da la circunstancia de la visita de un profesor exiliado, interpretado por Nicolás Perchicot, que imparte una conferencia. En Octavia se nos presenta un exiliado un tanto peculiar y nada habitual en la historia del cine español. Rodrigo (Miguel Angel Solá) hijo de muy buena familia salmantina, huyó de un entorno familiar opresivo escapando de la mortaja del confort como él afirma. Ambas películas aparecen unidas por la presencia constante de un precioso reloj del siglo XIX que viene a decirnos que aunque el tiempo pasa, las historias, con ligeros retoques, son casi siempre las mismas.

    Decía Borges que solamente tengo lo que he perdido. Aquellos miles de hombres mujeres, niños y ancianos, que tuvieron que huir dejando atrás sus casas, sus tierras, sus familias, lo tenían todo, porque todo lo habían perdido, marchaban con el corazón henchido de dolor y de esperanza, y jamás hicieron del exilio su patria.

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    Rafael Alberti: El poeta y prosista gaditano nacido para la pintura y del que recientemente se ha celebrado el centenario de su nacimiento tuvo que exiliarse en marzo de 1939 marchando con el puño cerrado y no regresó hasta abril de 1977 volviendo con la mano abierta. 38 años de exilio. Junto a su mujer, María Teresa de León, colaboró en algunos guiones, como en la producción argentina basada en el texto de Calderón de La Barca La dama duende (Luis Saslawsky, 1945). En 1961 hay una breve mención a la poesía de Alberti en Los atracadores de Francisco Rovira-Beleta cuando uno de los atracadores, el chico bien, hijo de un importante abogado, alude a la caja de pino, como en la poesía de Alberti. En esta película también se mencionan a unos anarquistas exiliados, que entran en España, arman unos cuantos follones y luego se largan con las ganancias. Un año después Basilio Martín Patino rodó para el número 937 de la revista Imágenes del NO-DO un cortometraje documental titulado Imágenes y versos a la Navidad donde utilizaba poemas de exiliados como Rafael Alberti o Juan Ramón Jiménez. En 1964 es Angelino Fons el que rueda un magnífico cortometraje de corte experimental titulado Garabatos para Xfilms donde utiliza dos poemas de Rafael Alberti de su libro surrealista Sobre los ángeles publicado en 1929: El ángel de los números y Los ángeles colegiales.

    Luis Buñuel: En la exposición sobre el exilio, recientemente celebrada en Madrid bajo los auspicios de la Fundación Pablo Iglesias, la figura del León de Calanda se nos presentaba muy escuetamente, tan solo dos claquetas, una de Subida al cielo y otra de Nazarín y una fotografía donde aparecía Luis Buñuel en una cena de antiguos residentes, de gachupines, celebrada en México el 1 de diciembre de 1947. La vinculación de Buñuel con Francia y los Estados Unidos ya se había producido muchos años antes del inicio de la guerra. En 1925 se trasladó a París, donde tomaría contacto con los surrealistas y en diciembre de 1930, marchó a Hollywood donde permanecería cuatro meses. En los años inmediatamente anteriores a la guerra trabajó en España como productor de Filmófono. Al estallar el conflicto se encontraba en Madrid consiguiendo salvar la vida a José Luis Sáenz de Heredia que había sido detenido (era primo carnal de Primo de Rivera). La intervención de Buñuel fue decisiva para lograr su liberación y muy probablemente su fusilamiento. En septiembre de 1936 se trasladó a Francia, donde trabajaría en la embajada española. Teóricamente se ocupaba de todas las películas de propaganda republicana que se hacían en España, pero en realidad, sus funciones eran más complejas e iban desde encargarse del protocolo hasta contratar espías. En 1939 volvió a Hollywood, ingresando en 1941 en el Moma de Nueva York. En 1946 llegaría a México con el propósito de rodar una versión de La casa de Bernarda Alba, que finalmente no se realizará. En México Buñuel filmará las dos terceras partes de su filmografía. En 1960 volvió a España para rodar una película que un experto crítico de seudónimo Andrade definió cómo de chistes baturros: Viridiana, y que irónicamente iniciaba con el El Mesías de Haendel. A pesar del escándalo que se montó en torno a esta película, con ceses incluidos, Buñuel regresaría a España en 1970 para rodar Tristana, que se estrenaría en Marzo de ese mismo año, estando Viridiana prohibida por sacrílega; el estreno de ésta no se produciría hasta el 9 de abril de 1977, el mismo día que fue legalizado el Partido Comunista de España.

    Antonio Machado: En la portada de la revista Aurora de Chile del 7 de octubre de 1939, aparece una de las últimas fotografías de Don Antonio Machado, cuando éste ya hacía meses que había fallecido en un campo de refugiados en su exilio de Colliure. Un rostro dramático, enfermo, demacrado. Es posible que su prematura desaparición permitiera la rápida adaptación cinematográfica de sus textos teatrales escritos conjuntamente con su hermano Manuel. Ya en 1947 Juan de Orduña había realizado La Lola se va a los puertos obra teatral de los dos hermanos, estrenada en Barcelona el 28 de Diciembre de 1929, una película que fue declarada de Interés Nacional y de la que Josefina Molina dirigió una nueva versión en 1993. Luis Lucia dirige en 1949 y con producción de Cifesa La duquesa de Benamejí escrita en 1931. En 1952 es Arturo Ruiz-Castillo quien rueda La laguna negra basada en el poema de Antonio Machado La Tierra de Alvargonzález incluido en su célebre Campos de Castilla.