Achero Mañas

El factor humano

Ernesto J. Pastor

Juan Antonio Mañas Amyach (Madrid, 1966)

Lo primero que llama la atención en los trabajos cinematográficos hasta ahora realizados por Achero Mañas es su interés por conocer y no por juzgar, su compromiso, a través de guiones siempre originales, por exponer temas universales partiendo siempre de trazos particulares. Un hombre comprometido con su tiempo y sincero a la hora de mostrarnos sus preocupaciones. Decía Borges que escribir es un modo de soñar, y uno tiene que tratar de soñar sinceramente. Así son, como veremos, los sueños cinematográficos de Achero Mañas: sinceros, honestos, dolorosos...

Desde muy joven, en torno a los doce años, siente la necesidad de escribir relatos, cuestión en la que seguramente tuvo algo que ver su padre Alfredo Mañas, autor teatral de gran prestigio. Encuentra en el cine su camino para plasmar la escritura, algo muy similar a lo que sucedió con su padre que reconoció la gran influencia que tuvo el cine en su obra; no en vano, Mañas (padre), afirmaba que detrás de cada imagen hay un pensamiento. Las raíces familiares con el mundo de la cultura se amplían con su madre, la actriz teatral Paloma Lorena y con su padrino, el prolífico compositor cinematográfico, Antón García Abril. A los diecisiete años marcha junto a su madre a Nueva York donde ella ha recibido una beca y en donde Mañas estudia interpretación durante un año. Inicialmente se dedica al teatro en obras como Las tonadillas (1980) o Natural afection (1984). Trabaja como actor en series televisivas (Una hija más, Colegio Mayor) y en largometrajes (La guerra de los locos, El rey del río, Así en el cielo como en la tierra,...). En octubre de 1994 inicia el rodaje de Belmonte (Juan Sebastián Bollaín), donde interpreta al joven torero en un papel protagonista para el que se barajaban nombres de la envergadura de Jean-Paul Belmondo o Gérard Depardieu. Ya para entonces tiene claro que su futuro está en la dirección y consciente del camino a seguir, rueda este mismo año, su primer cortometraje Metro. Con un presupuesto de poco más de cinco millones de pesetas y con una subvención ministerial del 50%, Mañas construye, en poco más de seis minutos, un acertado relato que gira en torno al pupitre vacío de una clase y a la trágica muerte de quién lo ocupaba. Una muerte absurda, fruto de una chiquillada, de una apuesta entre tres amigos como es el colgarse por el exterior de un tren en marcha en medio de un túnel, algo que el propio Mañas reconocía haber hecho cuando a los doce años jugaba a saltar de un vagón a otro del metro, a colarse en el cine o a robar patines y chocolatinas. Actitudes que, en algunos casos, pueden asociarse a carencias afectivas, a entornos hostiles, a infancias desnudas (parafraseo el título de la película de Maurice Pialat), y que buscan, a través de sus heroicidades, el reconocimiento de los demás; recurso narrativo de gran efectismo que volverá a utilizar en su ópera prima, El Bola, cuando los niños juegan a ser inmortales, cruzando in extremis, las vías al paso de los trenes (sólo los niños y los animales son inmortales porque ellos no alcanzan a entender la tragedia de la muerte). Es como aquel deambular suicida del niño de Alemania, año cero del gran Rossellini, como aquella niña de Mouchette del no menos grande Bresson que rueda por la colina hacia la muerte liberadora. Mañas enfoca este primer trabajo como un proceso de aprendizaje, planteándose el utilizar tres lenguajes distintos: uno de acción en la secuencia del tren, otro más onírico en la transición de la clase de los niños al mundo exterior y otro más puramente de diálogo entre los tres chavales cuando lanzan su apuesta. Al trabajar con actores no profesionales, Mañas extrae de ellos unas dosis de autenticidad lejana a cualquier artificio, haciéndonos creer (y eso es mérito del neófito director) que lo que vemos es un trozo de realidad. Hay una gran naturalidad en los diálogos que escuchamos, en los gestos que observamos, nada nos recuerda la falsedad del cine. Con Metro, Mañas deja claro cuáles son los temas que le preocupan y que tratará en sus trabajos posteriores: la infancia, la adolescencia, la educación, el entorno que rodea a nuestros hijos, y en función de todo esto, las personas futuras que han de venir y que en gran medida, son fruto de aquel paraíso perdido de la infancia. Metro consiguió varios premios, entre los que destaca el Luis Buñuel de Cinematografía a la Mejor Dirección, proyectándose a concurso en la 40º semana de Valladolid en 1995.

Tras su debut en el mundo del corto, Mañas abandona, al menos hasta la fecha, la interpretación para dedicarse exclusivamente a la dirección. En 1997 realiza su segundo cortometraje, Cazadores, con el que obtiene, entre otros muchos premios, el Goya al Mejor Cortometraje y el Premio Pixelcoop en el Festival de Alcalá de Henares de 1997. De nuevo un drama que parte de un guión original y rodado con niños no profesionales. Durante doce minutos nos relata las andanzas de un grupo de chavales, en torno a los doce años, que se divierten cazando lagartijas, palomas, ratones,..., para posteriormente cortarles la cola, clavarles chinchetas o sacarles las tripas. Mañas combina dos formatos narrativos, uno puramente de ficción con la persecución y la muerte de un gato, y otro de documental donde entrevista en un estudio a los cazadores. A la pregunta del entrevistador (el propio Achero Mañas) de ¿por qué lo haces? hay una respuesta casi unánime: Porque me gusta, porque me divierte.... Sin duda una terrible respuesta que nos da que pensar respecto a la violencia (y la falta de sentimientos) inherente a una parte de la adolescencia y de la juventud. No hay remordimientos, no hay sentimientos de culpa, excepto en un único caso, el de Tatus, uno de los chavales que persiguieron al pobre gato y al que da muerte un tremendo rodwailer. Los chillidos que profiere el felino (dice el Tatus que el resto de los animales, arañas, lagartijas, saltamontes, no gritaban) le hace reaccionar, sentir algo en su interior que le empuja a dar sepultura al desafortunado animal. Un gesto que esconde un halo de esperanza.

Mañas sigue subiendo peldaños, configurando con su siguiente cortometraje, Paraísos artificiales (1998), una especie de tríptico sobre la búsqueda de emociones como justificación de la existencia. De los juegos suicidas del metro, de los juegos violentos con la muerte de animales, llegamos a otro tipo de juegos igualmente peligrosos. Pablo es un joven que recuerda cuando tenía tres años y su padre le hacía girar a gran velocidad cogidos de las manos y la tierra giraba sobre su cabeza, las copas de los árboles, el sol, y recuerda que le gustó esa sensación de mareo. Ese fue su primer paraíso al que pronto sucederían otros: esnifar pegamento con doce años, luego el hachís, chocolate, costo, los canutos, porros, el tripi, el LSD, la heroína.... y la muerte. Da la sensación de haber estado desde la infancia atravesando círculos concéntricos hasta llegar al centro del Averno que diría Dante. Una ascensión, peldaño a peldaño, al auténtico infierno de la droga con la heroína como Lucifer. Mañas construye un sentido relato de dieciocho minutos que finaliza con un gran plano de enorme fuerza visual: Pablo, al que hemos acompañado desde su infancia, se nos aparece, contra el cielo, crucificado en una enorme jeringuilla. Atrás quedaron sus sueños con Alicia, la que iba a ser su mujer y la madre de sus hijos, atrás quedó la infancia donde todo era mágico, delante ya no espera un sanatorio donde recluir su viejo cuerpo decrépito. Joven y con la vida por detrás. Una juventud crucificada por el imperio de la droga. Mañas consigue con este corto, quizás el mejor de los tres, nuevos premios como el de Mejor Director en el Festival de Cine de Palencia y Mejor cortometraje en Málaga y Alfás de Pí. Los títulos de crédito de Paraísos artificiales finalizaban con un explícito nos vemos en el largo. Mañas se sentía así preparado para acometer, tras esta laureada fase de aprendizaje, su ópera prima.

La idea para El Bola (2000) surgió precisamente de los anteriores cortos, en los que, como hemos visto, trabajó con niños de doce-trece años. Alguno de ellos estaba recluido en centros asistenciales de la CAM (Comunidad Autónoma de Madrid) y habían pasado por situaciones familiares difíciles. De nuevo los niños, la amistad, el maltrato, el contexto de la violencia, el dolor. Mañas consigue uno de los debuts más notables en el cine español de los últimos años, con importantes premios, entre ellos cuatro Goyas (director novel, guión, película y actor revelación), y reconocimiento de crítica y público. Su segunda película Noviembre (2003) obtiene igualmente importantes premios como el de la Crítica Internacional en el Festival de Toronto o el Premio de la Juventud en San Sebastián. Noviembre supone un intento loable, aunque fallido, que hace bueno aquel refrán del mucho abarcar y el poco apretar. Lo farragoso no tiene mérito, pero aún así, resulta digno de admiración que un joven cineasta considere que ese es el tipo de cine que quiere y debe hacer, alejado de postulados convencionales y en las antípodas del cine tipo comedia juvenil a la americana. El debutar con un gran éxito supone, casi siempre, una losa de la que es muy difícil desprenderse. Es posible que Kubrick llevara razón cuando en 1960 afirmaba que en el cine lo que importa no es perseguir el éxito, sino evitar el fracaso. No es extraño que después de El Bola y antes de Noviembre, Mañas buscase cierto enfriamiento, cierta distancia del enorme éxito conseguido con su ópera prima, rodando un cortísimo cortometraje (dos minutos) para el llamado Festival de Cine Comprimido que circula por Internet y que apadrina Javier Fesser a través de notodofilmfest.com. Un conjunto de microcortos donde sus autores crean pequeñas piezas, que van desde la simple anécdota o el chiste fácil, a trabajos de gran calidad. En Miedo (2002) Mañas nos cuenta el temor que siente un saltador de plataforma a la hora de ejecutar un salto e imaginar que queda inconsciente en su impacto con el agua. No es difícil pensar en este corto como una metáfora del propio miedo del realizador por acometer su segundo salto al ruedo cinematográfico, y su temor, justificado, a estrellarse contra la pantalla. El saltador del corto decide finalmente no arriesgarse y llora sentado en la escalera. El realizador del corto saltó. Y siguió rodando: un documental de setenta minutos para televisión Blackwhite (Donde los polos se tocan) (2004) ambientado en el conflicto de Irlanda del Norte y varios anuncios publicitarios, entre ellos el rodado en formato cinematográfico para la Coca-Cola a principios de 2005.

Achero Mañas ha logrado hacer realidad una vieja aspiración de su padre cuando afirmaba que a él, lo que más le gustaría es saber dirigir, porque creo que la única manera de expresarse en cine es dirigiendo. Los valles y las cimas de las montañas continúan en el horizonte.

FILMOGRAFÍA: 1994: Metro, cm; 1997: Cazadores, cm; 1998: Paraísos artificiales, cm; 2002: Miedo, cm.